El desarrollo de la producción a nivel nacional permitiría reducir de forma importante los costos y generar un «buen negocio» con posibilidades de exportación.
Un segmento de este producto cuesta actualmente cerca de US$ 4.000, y según los investigadores uruguayos.
Entrevista emitida el martes 24/03/09 en Producción Nacional — 1410 AM LIBRE
Un equipo de investigadores de la Facultad de Química está desarrollando piel sintética o artificial que sirve para curar quemaduras y también para curar heridas en pacientes diabéticos. Si bien los trabajos están en la etapa de estudio, ya se están realizando las primeras pruebas a partir de colágeno de cola de ratón y de cartílago de tiburón.
Según los creadores, doctor Ricardo Faccio, profesor adjunto de Física, química Helena Pardo y doctor Álvaro Mombrú, director del Departamento de Experimentación y Teoría de la Estructura de la Materia de Facultad de Química, esta piel sintética no sólo sería un avance importante para nuestra sociedad, sino que también podría llegar a ser un buen negocio para nuestro país. En Chile este tema de la piel sintética ya está bastante desarrollado; ya se han realizado injertos y sostienen que los resultados han sido muy buenos.
Uruguay, —según dicen los investigadores—, tiene grandes condiciones para desarrollar esta piel artificial, sobre todo porque tiene una materia prima de calidad y competitiva para el mercado: el colágeno bovino.
Alejandro Landoni — ¿Cómo surge esta idea de ponerse a trabajar en piel sintética? ¿Cuándo empezaron y qué fue lo que los llevó a trabajar en este tema en particular?
Álvaro Mombrú — Esto arranca en el año 2007 y la razón fundamental es que hay un movimiento muy interesante —incluso a nivel de países de la región—, para poder trabajar con materiales autóctonos, materiales en donde cada uno de nuestros países tiene ventajas comparativas propias para hacer por ejemplo, biomateriales médicos.
Desde el punto de vista sanitario es un problema importante que tienen nuestros países, porque cualquier tipo de material médico de reposición estructural o de piel es muy costoso a nivel internacional.
A.L. — ¿Qué ejemplo de biomaterial nos puede dar?
Á.M. — La piel y materiales de reposición ósea.
Desde ese punto de vista, los países como Brasil, Chile o Argentina, están desde hace algunos años tratando de buscar cómo utilizar su entorno como fortaleza para producir materiales nuevos, con propiedades adecuadas que puedan ser utilizadas a nivel del organismo.
Vimos que Uruguay no podía estar ajeno, máxime con las ventajas que tenemos desde el punto de vista del colágeno bovino. En general, somos un país que podemos hacer un aporte «a la uruguaya», para problemas de los uruguayos. Seguimos esa corriente regional y creemos que el norte está bien definido.
A.L. — ¿Cómo es esta piel sintética?
Ricardo Faccio — En realidad, lo que hicimos nosotros fue en una primera etapa conseguir el material colagénico más sencillo. Facultad de Química tiene un laboratorio que nos provee de este tipo de material —que son las colas de ratón—; y lo que hacemos mediante un proceso químico es prácticamente deshilachar la estructura del colágeno. Es como desarmar una especie de trenza para tener en solución colágeno que realmente sirva.
Hay dos tipos de colágeno: uno que es soluble y otro que es insoluble. El insoluble para estos propósitos de la piel no es bueno y uno en ese primer proceso de extracción, lo separa. Entonces, tenemos una especie de trenza que uno la va desarmando y cuando tiene eso —que es una especie de espagueti—, reticulándolo con otros agentes logramos obtener una estructura cavernosa y a su vez, con una buena propiedad mecánica.
Esas trenzas las volvemos a unir, entonces queda un material biocompatible con porosidad —porque el agua que está en su interior por un tratamiento químico la removemos—; queda una estructura cavernosa y con muy buenas propiedades porque volvemos a unir esas trenzas y entonces, recuperamos las propiedades mecánicas.
Eso es en términos generales cuál es el proceso que aplicamos a esa porción de la matriz.
A.L. — Ustedes están en etapa de estudio, por lo tanto no lo están aplicando en personas, pero cuando lleguen a ese grado de desarrollo, ¿cómo se coloca sobre la quemadura o sobre la herida del paciente diabético y qué grado de éxito tiene?
Helena Pardo — Antes de empezar con ese tipo de pruebas, en principio deberíamos comenzar con pruebas de crecimiento celular en esas matrices in vitro (en una placa de vidrio). Luego que esa respuesta sea adecuada, ahí sí se comenzaría con una etapa de implantar en animales y como última instancia sobre humanos.
A.L. — ¿Hay algún plazo definido sobre eso?
H.P. — Los plazos no están definidos en realidad. Todo va atado con las posibilidades de financiación.
Nosotros en este momento tenemos un proyecto que está siendo financiado, pero los costos que implican los estudios in vitro o en vivo exceden los fondos que tenemos de ese proyecto. De hecho, postulamos para otro proyecto para ver si podemos comenzar a transitar por ese camino.
A.L. — ¿Se postularon en la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII) o en el exterior?
H.P. — Este último proyecto al que postulamos fue a la ANII.
A.L. — Como todo, siempre es un problema de plata. ¿Cómo está Uruguay en cuánto a equipamientos respecto a la región?
Á.M. — Se podría decir que para etapas experimentales, para etapas donde la producción todavía no es en una escala importante; el equipamiento que tenemos es razonable. Nos haría falta algún complemento de equipo, pero no es algo que esté fuera de escala de lo que se podría trabajar y esa es una de las oportunidades que también vimos a la hora de elegir ésto como una ruta válida de investigación.
Pero en la medida en que tratemos de producir mayor cantidad, de comercializarlo, ahí se va requerir en algún momento de inversión privada. Además de ser algo que el país necesita y además de ser algo que puede llegar a todas las capas de la población, puede transformarse en un buen negocio.
Estamos hablando de bajar muchísimo los costos porque estos segmentos de piel sintética que andan en el orden de los 18 cm2, valen US$ 4.000. Se cobra el hecho de que son materiales producidos con materias primas que se importan a los países donde se realizan estos implantes, y se importan porque una de las condiciones es que este colágeno bovino del que estamos hablando esté libre de «vaca loca» (que son pocos en el mundo, y nuestro país tiene la fortuna de serlo).
Quienes producen comercial e industrialmente este tipo de injertos, lo que hacen es importarlo de países tan lejanos como Nueva Zelanda. Es un tema de encarecimiento de costos y además hay todo un tema de costos por tecnología; por Know How —por saber cómo hacer las cosas-. Nuestro objetivo es bajar sustantivamente los costos para tratar de que llegue a toda la población que lo necesite.
No olvidemos que, por ejemplo, en el caso de las quemaduras, muchas veces ocurren justamente en aquellos que tienen problemas de vivienda, en las condiciones más precarias sobre todo a nivel eléctrico. Entonces, nuestro interés es que llegue a todos, pero no por eso dejar de estimular a que haya una inversión privada, porque incluso podría hasta eventualmente exportarse. Podría ser un insumo que en otros países quizás de Sudamérica o más lejos, puedan requerirlo.
Entonces, es un camino que nos interesa.
A.L. — ¿Cómo se transita ese camino plagado de obstáculos entre un desarrollo científico de la Universidad de la República, para transformarlo en un producto comercializable? Usted Mombrú habló de la inversión privada, ¿asociarse con alguna empresa por ejemplo?
Á.M. — Sí, nosotros lo visualizamos como un camino altamente posible, más a medida que avancemos nosotros en obtener un material con las condiciones que queremos, tanto desde el punto de vista mecánico, físico, biológico así como comercial. Cuanto más claro sea el negocio, más claro va a ser que se quiera invertir en el mismo. Eso sin duda, a medida que baje el riesgo va a ser muy atractivo.
Lo que hablamos con los colegas, es que en un medio como el nacional el investigador que desee lograr una comercialización tiene que hacer primeramente una cierta vigilancia tecnológica propia. Es decir, antes de embarcarse en un tema, tratar de ver todas las ventajas comparativas que uno tiene, todas las fortalezas, ser consciente de las debilidades, tratar de que no hayan «cuellos de botella» sobre todo al comienzo del trabajo, que se permita avanzar bastante, que haya un mercado.
Un montón de cosas que en otra parte del mundo los investigadores no tienen necesidad de pensar, porque hay todo un entorno hecho para que si se producen cien cosas, se llevan a las Oficinas de Vigilancia Tecnológica pertinentes y de esas cien quedarán diez o cinco, pero hay una especie de apuesta a llevar lo académico a lo comercial. En nuestro caso, no nos queda otra que optimizar el trabajo que hacemos.
A.L. — Como Director del Polo Tecnológico de Pando, ¿usted entiende que son los propios investigadores que tienen que salir del laboratorio y transitar ese camino para hablar con un empresario y tramitar las patentes (no sé si la piel se puede patentar o no)? ¿Usted considera que es el propio investigador el tiene que transitar ese camino o tendría que haber otro organismo universitario que se dedique a esa función?
Á.M. — El investigador no debería, pero dado un contexto de ausencia de otros actores, es bueno que lo haga… debe hacerlo, no le queda otra.
Se han creado algunos mecanismos que ayudan de alguna manera a empujar hacia adelante en todo lo que tiene que ver con la comercialización del producto. Por ejemplo, en el Polo Tecnológico de Pando, a través del proyecto Innova Uruguay con la Unión Europea, lo que estamos haciendo es creando una Oficina de Vigilancia Tecnológica e Inteligencia Competitiva, para que junto con nuestros técnicos, los empresarios puedan buscar los temas y áreas donde a las empresas les convenga innovar.
Hay una especie de llevar lo que hacemos «en la chica», en nuestro laboratorio como investigadores, hacia el servicio que podamos dar a la empresa.
A.L. — Como Doctores que son, ¿cómo se sienten a la hora de venderle la idea a un inversor?
H.P. — Nosotros (tanto Ricardo como yo), además trabajamos en el Polo Tecnológico de Pando, entonces una de las responsabilidades que asumimos es recorrer ese camino.
Nosotros lo hacemos. No significa que no sea difícil para nosotros. Tenemos que actualizar nuestro lenguaje, nuestra forma de llegar al empresario, la búsqueda del tipo de empresario adecuado (tiene que ser un empresario receptivo, innovador). Es un camino que recién estamos transitando y donde estamos aprendiendo, pero estamos totalmente dispuestos a hacerlo y con mucho gusto, aprendiendo en ese proceso y ojala obteniendo buenos resultados para nosotros y para el país.
A.L. — Esta piel sintética ¿es un desarrollo patentable?
Á.M. — Originalmente, los desarrollos que existen a nivel internacional respecto a la piel sintética ya fueron fruto de patentes; tienen unos cuantos años…
A.L. — Ya desde la década del 80’ se trabaja con este tipo de desarrollo.
Á.M. — Claro, cuando anteriormente dimos el ejemplo de Chile, vimos cómo las empresas usan quitosanos obtenidos de moluscos. Ellos tienen una gran costa y moluscos en abundancia… y lo vieron por ese lado, no por el lado del colágeno.
En nuestro caso, empezamos por una ruta bastante establecida porque es segura —la del colágeno bovino—, pero sin lugar a dudas, podemos incorporarle tecnología propia a medida que avance nuestra investigación y, esa sí es patentable.
A.L. — ¿Para qué sirve el cartílago de tiburón en este desarrollo?
R.F. — El cartílago del tiburón es el elemento que permite unir nuevamente esas trenzas de colágeno. Uno desarma la trenza, pero de alguna forma las tiene que empezar a entrelazar entre sí porque sino el material corre demasiado y tendría malas propiedades elásticas o se podría fracturar. Entonces, el cartílago de tiburón es el nexo ideal que permite unir las cadenas y otorgarle buenas propiedades mecánicas.
A.L. — ¿Ese tiburón lo importan o lo traen de Punta del Diablo? ¿Es un tiburón autóctono?
H.P. — En realidad, en este momento estamos trabajando con un producto que nos donaron de una empresa argentino-uruguaya. Hay empresas que están totalmente abiertas a ayudar a la gente que investiga.
En este caso, es un producto bastante caro que se produce en la región y ellos nos donaron una cantidad suficiente para trabajar por un buen tiempo.
A.L. — ¿Qué porcentaje de éxito tienen a nivel internacional los injertos de piel sintética?
Á.M. — A nivel internacional, la piel sintética ha aumentado muchísimo la superficie posible quemada de una persona con posibilidad de sobrevida. Antes, un 20% era una cuestión bastante crítica, pero hoy por hoy se llega a mucho más de cobertura de superficie de piel quemada.
Pero lo otro que tiene de bueno, es que además de sobrevida, el éxito viene por el lado de la estética. Es decir, puede proporcionar buena funcionalidad de un brazo (si estuviera quemado); la persona puede volver a trabajar con un aspecto muy razonable. Es muy bueno por varios aspectos, no sólo por la sobrevida, sino además por funcionalidad. La persona necesita seguir trabajando, no puede quedar rehén de esa lesión de por vida y ésto a nivel internacional, lo cumple muy bien.
En el caso de los chilenos con el quitosano lo han aplicado a los bomberos y la restauración es completa, porque lo que tiene de importante este tipo de tecnologías es que permite la regeneración propia.
A.L. — ¿Esta piel sintética es como un puente hasta que se regenera la piel de la persona?
Á.M. — Exacto es como un andamio, permite que se revascularice, que vuelvan a crecer los tejidos y es importantísimo porque la persona vuelve a generar su propia piel.
A.L. — Con el doctor Mombrú estuvimos hablando varias veces en Producción Nacional sobre Nanotecnología y sé que hay algunos productos que incluyen minúsculas dosis de medicamentos en la piel sintética y los van liberando en los momentos oportunos para fomentar la regeneración. ¿Cómo funcionan estos productos?
Á.M. — Sí, justamente cuando decíamos que hay algo a lo cual podemos agregarle propiedad intelectual patentable, es en ese rubro.
Es a partir de la incorporación de medicamentos encapsulados (antibióticos, analgésicos), que se liberen de a poco y le permitan a la persona darle un plus adicional para sanar. Eso es algo en lo que podemos tener un campo fértil para innovar.